Mañana de perros


Hay días en que todo funciona maravillosamente. Me despierto a tiempo y sin sueño, me meto al agua calientita, el tráfico hasta la escuela no está especialmente nefasto y las clases no están tan aburridas que a los ojos les cueste mucho trabajo mantenerse abiertos.

Hay otros días, en cambio, en los que una sabe, desde que despierta, que no debe por nada del mundo, salirme de mis riquísimas cobijitas y enfrentarme al pinche frío. Bajo el pie (izquierdo, desde luego) y ¡zaz! Piso el plato croquetas de mi queridísimo hijo canino, ni modo, a recoger el reguero. Entro al baño y algo, no sé si el genio de la mala suerte, el puto frío de invierno o qué cosa, apagó el boiler a mitad de la noche… Nada más del nabo que en una mañana como la de hoy, ducharte bajo un chorro de agua helada, dan ganas de mentar madres, no sé a quién, pero mentarlas. Sales a la calle y no, no, no, como que la lluvia apendeja… el tráfico se pone de locos, me cae que una envejece detrás del volente y nomás no avanzas, ya cuando de plano hasta ganas me dieron de abandonar el coche a media avenida, fue cuando vi que una ñora como de cuatrocientos años ¡con andadera! Iba caminando y avanzaba por la acera más rápido que yo en el coche. Llego a la clase, partiéndome mi madre, y justo unos segundos antes de la hora… entro al salón.

Pasan diez minutos y en eso entra un güey con cara de pitufo, para avisarnos que el profe de la primera hora estaba malito y no iba a poder venir… ¡Grandísimo hijo de su recanija antecesora! Como si no supiera lo que a esas pinches horas significa unos minutos de reserva. Habría podido prender el boiler, desayunar y manejar con toda clama… Siempre me he considerado una pacifista, pero… a veces… a veces si dan ganas de patear a alguien.

Lo bueno es que ya para cuando cae la noche, me regresa el buen humor, especialmente después de estar con un cliente tan maravilloso como quien me tocó hoy. Tú sabes quién, gracias, me alegraste el día.

Película con Hércules


Hace un rato, estaba acostada pensando qué escribir. Sentía cosquillitas entre las piernas y la presencia de un duendecillo disoluto animando mis fantasías, así que me dieron ganas de contar algún relato con candela, de esos que hacen que la sangre suba de temperatura y los chones hagan charco. Yo no sé qué diablos harán otros para inspirarse, pero lo que es yo, para que las musas conquisten mis corrompidas neuronas, tengo que seducir mis más bajos instintos. Ponerme zorrita. Así que abrí una botella de tinto, me serví una copa, la bebí a sorbos lentos, saqué a Hércules del tercer cajón a la derecha, me quité la ropa, prendí la tele y puse en mi DVD la película que tenía más a la mano. Se llamaba “El amigo caliente de mi hermana”.

Para no hacérselas larga (la historia, claro), es de esas películas que no se tratan de nada más que de darte el pretexto para consentir tus genitales. Empieza con una escena en donde está una niña muy guapa, acostada en un sofá y viendo la tele sola. De pronto entra un cabrón con una máscara de halloween y la chavita pega un brinco del susto. El barbaján se quita la máscara y resulta que es un amigo de la carnala de la güerita. Él se acuesta en el sillón dónde la rubia veía la tele y, mientras conversan, empieza a fajársela, así nomás, sin pedir siquiera permiso, como si sus piernas estuvieran de oferta y dando pruebas gratis. Le sobaba por aquí y por allá, mientras ella se dejaba consentir con una sonrisota de oreja a oreja (como en toda buena película porno). Supuestamente, desde luego, el bribón a quien se tiraba era a la hermana, pero como vio muy solita a la que veía la tele, pues no la dejó pa’ comadre.

A los pocos segundos, y sin que la nena opusiera la menor resistencia, las caricias se volvieron besos y las manos que se agasajaban en sus muslos terminaron quitándole los chones. En un santiamén el suertudo tiene en sus labios las jóvenes pero bien vulcanizadas tetas de la actriz. Él se las come con tanto entusiasmo, que parece decidido a volver a criarse en ellas. Unos minutos después la morrita se arrodilla y, como si buscara el fondo de sus anginas, engulle el enorme miembro del actor (quien, por cierto, la tiene muy bonita). Entre toma y toma la chavita ve a la cámara con mirada traviesa y ojitos llorosos, como retando a quien esté viéndola comerse tremendo pito. Da lengüetazos en los testículos, se lo mordizquea como si fuera un elotito tierno y luego vuelve a metérselo completo a los labios. La cámara se mantiene fija por un rato en el movimiento frenético del pescuezo de la muchacha, que clava sus uñas en los glúteos del complacido galán. De rodillas, a ella se le ve un cuerpazo; puras curvas bien trazadas, nalgas jóvenes y redonditas, ni un gramo de grasa en el abdomen y sus pechos dando brincos.

De pronto se corta la escena. En la siguiente, ella tiene sus rodillas en el asiento y los brazos en el respaldo del sillón. Pone cara de dolor, pero de ese dolor que se disfruta. Está recibiendo las acometidas acompasadas del muchacho, que se clava en su vagina mientras él le mira el culo. Él, con una mano la toma del hombro y con la otra le estruja la chichi derecha. Ella sigue rebotando con sus nalgas, en los muslos del respetable caballero. La cara es de sufrimiento, pero los gemidos son de placer. Al muchacho nomás se le ve entrar y salir del cuerpo de la morrita, hasta que de pronto se la saca y salpica sobre la espalda y glúteos de la princesa una nutrida cantidad de leche espesa. Ella se limpia con sus dedos y se los lleva a los labios sonriendo.

Obviamente para ese momento yo ya estaba completamente inspirada. Aun no encendía mi juguetito, pero mis dedos habían estado retozando con las imágenes que veía en la tele. Acaricié mis muslos, abdomen, senos, cuello. Busqué que cada parte de mi cuerpo experimentarla el apetito que poco a poco dejé crecer, hasta que la eyaculación en la película me obligó a tomar a Hércules, (Un dildo precioso que, sin lugar a dudas, ha sido el hombre más fiel y complaciente que he conocido en mi vida) y acercarlo a lugar donde me creció el deseo. Estaba tan lista que al primer contacto, Hércules me obligó a dar un grito de esos que nomás en la montaña rusa.

Cuando me levanté, ya varias historias cachondas habían venido a mi memoria, pero me habría parecido un egoísmo imperdonable no comenzar por contar justamente ésta. Neta que con estas películas, hasta crítica de cine me vuelvo. Eso sí, antes de comenzar a escribir, fui a lavarme las manos. Me choca dejar pegajosa mi compu.
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Crónicas robadas donadas.

On line

Regreso a las andadas.

Hoy me desafano de tanta cosa en la esuela. Ya extrañaba trabajar, así que desde mañana... estaré lista para volver a trabajar...

Besitos
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